sábado, febrero 23, 2008

Por la gracia de Grace/y III

Se han alargado, inesperadamente, estas notas sobre Grace Kelly, pues coincidió la aparición del álbum fotográfico de Taschen con el encuentro físico de la mayor parte de sus cintas en formato DVD, lo que obligó a realizar una lectura activa de la iconografía, alternando la observación de las imágenes impresas con el ciclo fílmico casero que éstas proponen. Y aunque la carrera de la actriz fue corta en la pantalla (también ejerció como modelo y participó en numerosas series televisivas y puestas teatrales), atraviesa en ese breve lapso momentos significativos y cumple, incluso, en subir el escalón del Oscar, que para algunos es en realidad un descenso (puesto que se premia no “lo mejor” sino lo excesivo).
Esto último ocurrió con La angustia de vivir (The Country Girl, George Seaton, 1954, conocida además en español como La que volvió por su amor), en donde salda Grace la deuda por un papel dramático que adquirió al rechazar el guión de Nido de ratas, película que propició, dígase ahora, el debut cinematográfico de otra dama que se convertiría en “rubia Hitchcock”: Eve Marie Saint. Mas ese es otro contar.
Para conseguir su presea, Grace Kelly tuvo a la mano la fórmula del afeamiento: vuelta al blanco y negro, cabello recogido, lentes, palidez y ojeras maquilladas; se presenta, además, como lectora de Montaigne y de Balzac… Es la resignada esposa del deprimido Frank Elgin (Bing Crosby), alcohólico y con impulsos suicidas. El trauma de la pareja es conocido por un flashback enternecedor, en el que vemos a Elgin grabar una canción que se pondrá de moda, luego la esposa, presente en el estudio, avisa que irá al salón de belleza y el marido se ofrece a cuidar (o descuidar) al niño, y cuando es sometido en la banqueta a una impertinente sesión fotográfica, suelta la mano del pequeño y éste corre a la calle para que lo atropellen.
Esta muerte explica el que ella descuide su persona, y que él haya intentado cortarse las venas, primero, y luego se entregue a la bebida. Así los conoce un director teatral (interpretado por William Holden), que cree poder sacar a ambos de ese hoyo de culpas en el que se encuentran sumergidos, aunque su primera impresión es que Elgin está casado con una señora que lo manipula. Después querrá ser él el manipulado, porque la encuentra como dama fiel y abnegada. El triángulo, no obstante, se resuelve moralmente, con final feliz de marido y mujer; y Elgin cambia los tragos por un café y la fiesta nocturna por el ho(l)gar.
Tiene Grace Kelly algunos parlamentos serios, de esos que suelen impresionar a los académicos, de los cuales se recuerda este: “Sólo soy una chica del campo, el mundo del teatro y su gente me son desconocidos”, y acaso esa otra reflexión acerca de una sala teatral a oscuras.
El esfuerzo le valió, pues, un Oscar como mejor actriz. Imperó ahí una escuela de dirección distinta a la practicada por Hitchcock, quien siempre pedía a quienes trabajaban con él que no actuaran, que no exageraran, que fueran naturales, y con sus habilidades en el montaje daba profundidad y sentido a rostros casi neutros.
La angustia de vivir explota, además, un esquema de éxito probado, la crisis del alcohólico que con Días sin huella (Lost Weekend, Billy Wilder, 1945) una década atrás se había llevado los premios más importantes de la Academia, sólo que Bing Crosby no logra ser tan convincente como Ray Milland en ese rol, ni hay una secuencia de delirium tremens de gran impacto emocional como la que se desarrolla en la película de Wilder.
Para unos, así, será La angustia de vivir el momento más alto en la filmografía de Grace Kelly; para otros, el primero de tres títulos equívocos, porque hay que mencionar que luego actuó en Fuego verde (Green Fire, Andrew Marton, 1954) y Los puentes de Toko-Ri (The Bridges at Toko-Ri, Mark Robson, 1955), uno “considerado el filme menos memorable de Grace”, escribe Paul Duncan; y el otro un largometraje bélico nacionalista (en tiempos de la “amenaza comunista” y la disputa por Corea) en donde la actriz apenas aparece unos minutos pero cuya imagen destacó en los carteles promocionales.
A la vuelta de la esquina estaba, por fortuna, Para atrapar al ladrón, su tercera cinta con Alfred Hitchcock.

***

Pese a que la familia, sobre todo Patricia, la hija, lo intenta representar como hombre de una sola mujer, Alfred Hitchcock era un acosador de sus actrices. Se obsesionaba con ellas, las convertía a su estilo de mujer ideal al enviarles un ejército comandado por la diseñadora de vestuario Edith Head o el personal en turno… y se les insinuaba en los camerinos, de lo que han dado testimonio directo por lo menos dos de ellas, Ingrid Bergman y Tippi Hedren. A esta última se dedicó, en el extremo de la morbidez, a tirarle avecillas fálicas al cuerpo por una semana para el momento climático de Los pájaros (The Birds, 1963).
La relación de Hitchcock con lo carnal estaba igualmente pervertida, acaso porque él representaba, por su gordura simpática, lo opuesto de un galán hollywoodense. Más allá de ese asunto del suspenso, que es su careta de entretenedor, están sus manías oscuras sobre el sexo, que son hilo conductor de su cinematografía desde los filmes silentes, un hilo tan sutil, pero tan obvio a la par, que a veces no fue percibido por los censores.
Sus amoríos, por llamarlos de algún modo, eran tremendamente imaginativos, es decir se convertían en rollos de películas. Eso fue lo que ocurrió con Grace Kelly, la cámara se enamoró de la actriz: la estudió en Con M de muerte incluso con una escena de violencia erótica, le construyó un altar sólido en La ventana indiscreta (quizá el centro del laberinto hitchcockiano) y la llevó a un carnaval lúbrico por la Riviera francesa en Para atrapar al ladrón. Quería más, pero cuando la tenía casi en la cama, hablando siempre en términos figurados, ella se esfumó, al escapar con el príncipe Rainiero de Mónaco. Insistió Hitchcock como novio despechado en su regreso y casi la convence de volver a sus brazos para filmar Marnie, que era el relato de una dama frígida que seduce y roba a los hombres como reacción a un nebuloso trauma de su niñez, y cuya escena central debía ser el momento en que el marido, que la prende en sus fechorías y la chantajea obligándola a casarse, la desnuda y la viola en plena luna de miel... Mas Grace Kelly, quien en principio aceptó hacer Marnie, pronto se desdijo, ya que su pueblo la reclamaba.
No era en este sentido Para atrapar al ladrón la última cinta que Hitchcock habría querido filmar con Grace Kelly sino una película-puente, el camino hacia otra cosa. Repite ahí el cineasta, de algún modo, el esquema que desarrolló en La ventana indiscreta de un solterón que es conquistado por una mujer con iniciativa, pues no se trata sólo de que la policía capture a quien se dedica al robo de joyas sino, principalmente, de una cacería amorosa, e incluso añade un final cáustico, como el de la cinta anterior: cuando Frances Stevens (Grace Kelly) llega a la guarida de John Robie alias El Gato (Cary Grant) que será su nido de amor, se abrazan cual felinos en celo, y ella observa el sitio, se maravilla del paisaje, y dice: “A mi madre le encantará”.
El guión (elaborado por Hitchcock y John Michael Hayes) está lleno de dobles sentidos. En el picnic en la carretera, cuando Frances ofrece muslo o pechuga, se refiere tanto a ti misma como al pollo que lleva en la canasta. Al encontrarse a solas en una habitación con vista al mar, los fuegos artificiales de la playa reflejan los ímpetus sexuales de ambos, y el diálogo apoya esa idea cinematográfica con diálogos como los siguientes: “Tengo el presentimiento de que esta noche vas a ver uno de los espectáculos más fascinantes de la Riviera”, dice Frances. Calla unos segundos, y agrega: “Me refiero a los fuegos artificiales”. Responde John Robie: “No lo dudo”, y se besan y vemos luces saltarinas que dan brillo, allá y acá, a la oscura noche.
El gran delirio de la cinta ocurre en la fiesta de disfraces al estilo Luis XV, en donde Edith Head se dio vuelo diseñando vestidos sofisticados. Cuando filmaban esa secuencia, un 13 de agosto, apagó el cineasta la velita del pastel por su cumpleaños tomado de la mano de Grace, cual tortolitos, y ella (antes o después, en la misma jornada) fungió con gusto como su amorosa peluquera.
En verdad eran días de fiesta Hitchcock por Grace Kelly, y ella era en apariencia dócil al director. Pero se fue. En el volumen fotográfico de Taschen el guionista Hayes hace una síntesis de esta historia: “Hitchcock habría llamado a Grace para las siguientes diez películas que dirigió. Yo diría que todas las actrices que eligió posteriormente fueron otras tantas tentativas de recuperar la imagen y el sentimiento de idolatría que Hitch había concebido con respecto a Grace”.
Mientras la ausencia provocó en Hitchcock un gran Vértigo, ella estaba a poco de incorporarse a la más Alta sociedad.

***

El camino de Grace Kelly por el cine estaba por angostarse, o de tomar una curva inesperada, como lo fue el encuentro con el príncipe Rainiero de Mónaco a quien le urgía una mujer que pudiera darle un heredero. Entre que se conocieron y se casaron, que fue más o menos un lapso de un año, ella filmó El cisne (The Swan, Charles Vidor, 1956) y Alta sociedad, su última cinta y en donde presume ya el gran anillo de compromiso (“¿De dónde lo sacaste?”, pregunta el personaje de Bing Crosby. “De una mina, supongo”), dos largometrajes, además, que miran el mundo desde los escalones altos de la pirámide social.
Como estas notas han partido de la vista directa de las cintas, y El cisne aún espera su versión digital, habrá que conformarse por lo pronto con la observación de las imágenes que aparecen en el volumen iconográfico de Taschen, en cuyos pies se apunta que fue el único filme en donde Grace fungió como estelar solitaria, que se negó a ser sustituida por una doble y aprendió, por tanto, algunos lances de esgrima… Se lee además este apunte de Robert Lacey: “Enfrentada al dilema de una vida de pasión y […] la posición social, la heroína opta por el estatus”, que podría ser de algún modo aplicado a Grace Kelly, pues desde A la hora señalada tomó la costumbre de confraternizar al extremo con sus coprotagonistas, aunque fueran casados, adquiriendo la fama de una rompe-hogares, avatares románticos que terminaron cuando arribó al principado. Para ser una “diosa fría”, proporcionó mucho calor a su alrededor.
Ese asunto de la frialdad de Grace, o del personaje que encarna, de nombre Tracy Samantha Lord, es lo que se discute, aunque en tono de comedia, en Alta sociedad, que podría ser considerada como su gran despedida de soltera. Se trata de un musical agradable, con ella acompañada por Bing Crosby y Frank Sinatra, más canciones de Cole Porter que se volvieron clásicas y el brillante Louis Armstrong como relator melódico de la historia. Se adaptó en clave de sol La historia de Filadeldia (The Philadelphia Story, George Cukor, 1940), que tres lustros atrás había tenido a Katharine Hepburn, Cary Grant y James Stewart en los roles principales.
Había hecho Grace de todo en el mundo del espectáculo: modelaje, teatro, televisión y cine, y en la pantalla grande pasó en un periodo relativamente corto por casi todos los géneros y formatos, incluida la tercera dimensión. Le faltaba un musical para poner el cerrojo, y se ve que se divierte. No se le exige que cante mucho, pero acompaña bien a Crosby en “True love”. Su estar es resplandeciente: son las horas previas a la boda de Tracy Samantha con un hombre rígido (John Lund), y ella se entrega a los disfrutes del baile y el champagne, y a quien el pretexto de que se puede besar a la novia la lleva a los labios de su exmarido, interpretado por Crosby, y de un reportero que se hospeda en la mansión para cubrir el enlace matrimonial, que es Sinatra.
El novio oficial la coloca en las alturas, se prepara para adorarla, mientras que los otros, Crosby y Sinatra, la tienen en sus brazos. Tal vez se trate, una vez más, de una premonición, pues a juzgar por lo ocurrido a mitad de ese año de 1956, se casó Grace Kelly con el rígido, y tuvo como cárcel un palacio. Se sabe que ese alejamiento tan repentino de la vida disipada llegó a volverse una pesadilla.
Hay otros anuncios, de tono trágico: cuando toma Grace el automóvil e invita a pasear a Sinatra, con ella al volante. “¿Qué ha aprendido de los ricos?”, pregunta Grace. “Que manejan muy rápido”, responde éste. “¿Y a dónde me lleva?”, inquiere el reportero. “Al cementerio”, dice la dama… Pero quizá lo más inquietante es que en Para atrapar al ladrón cubrió ella el trayecto exacto que la llevaría a la muerte, aunque ahí salva esa curva que la arrojaría al precipicio de la inmortalidad.
Mas el arte es largo y la vida breve. El ciclo cinematográfico casero que propuso a Grace Kelly como figura rectora llega a su fin. Con un eclipse de media semana se apaga, de nuevo, una estrella que no obstante seguirá brillando de modo intenso por los siglos de los siglos, y cuyo rostro apareció, en los días previos a la entrega de los Óscares, en anuncios espectaculares repartidos por la ciudad. Su gracia, sin duda, nos trasciende.

Febrero 2008

2 Comentarios:

Blogger Oscar dijo...

Hola, estuve leyendo tus blogs y me gustaron mucho algunos artículos, especialmente los del Blog de los Beatles.

5:53 p.m.  
Blogger Makiavelo dijo...

Tengo que agradecerle a Grace que me trajera hasta aquí.

Me gsta tu trabajo.

Saludos.

12:52 p.m.  

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