domingo, febrero 03, 2008

Por la gracia de Grace/II

Después de Con M de muerte, cuenta Glenn Hopp en el álbum fotográfico de Taschen, tuvo Grace Kelly en su escritorio dos guiones y tardó en decidirse por cuál optar. En uno trabajaría con Elia Kazan y Marlon Brando, y en el otro con Alfred Hitchcock y James Stewart. “Ambos eran papeles magníficos y, como es lógico, la actriz dio largas a su representante, Jay Kanter, mientras sopesaba las alternativas. Su tono al describir ese momento capital décadas más tarde a Donald Spoto, biógrafo de Hithchcock, indica que supo saborear la envidiable situación de estar tan solicitada. Y le sobraban razones. Ante sus ojos, en aquellos dos guiones magistrales, tenía la prueba de que había triunfado.”
Concluye Hopp que prefirió Grace el papel de estrella del celuloide al de actriz dramática, mas el asunto tiene otros matices. El libreto que le ofrecía Elia Kazan, escrito por Budd Schulberg, se llamaba On the Waterfront, y se conoció en español como La ley del silencio o Nido de ratas. Implicaba, como señala Román Gubern en su libro sobre La caza de brujas en Hollywood (Anagrama, Barcelona, 1987), una vindicación del delator, rol que jugaron en el mccarthismo tanto director como guionista. Habría sido, en el orbe de Grace Kelly, el otro lado de la moneda de High Noon, en donde el tema fue visto (en el ámbito de un western, se diría que hasta casi subrepticiamente) desde el punto de vista de los perseguidos políticos. Es difícil saber si estas razones pesaron en el ánimo de la actriz a la hora de tomar su decisión. Habría sido curioso que participara en ambos largometrajes, contrapuestos políticamente, mas era difícil, por otro lado, que una vez que la tenía en sus manos, Hitchcock la hubiera dejado escapar, e incluso ya había puesto a Edith Head a diseñar un vestuario exclusivo para Grace.
Desde la filmación de Con M de muerte le contó él de esa su próxima película. Refiere Grace Kelly en El lado oscuro de un genio que Hitchcock se sentaba a su lado y hablaban de esa cinta, incluso antes de que discutieran su participación en ella. “Se mostraba muy entusiasta describiéndome todos los detalles de un plató fabuloso mientras aguardábamos a que la cámara fuera trabajosamente situada en su lugar. Hablaba conmigo acerca de la gente que podía ser vista en otros apartamentos enfrente de la ventana trasera […], y de sus pequeñas historias, y de cómo podían emerger como personajes, y de lo que podían revelar. Podía verle pensar durante todo el tiempo, y cuando tenía un momento a solas salía a discutir la construcción de ese fantástico decorado. Estaba realmente encantado con la idea.”
Al adaptar con John Michael Hayes un relato corto de William Irish (seudónimo de Cornell Wooldrich) acerca de un hombre que desde su ventana es testigo de un asesinato, pensaba Hitchcock además en otra historia, aquello que le había contado Ingrid Bergman en el set de Encadenados (Notorious, 1946) de su noviazgo clandestino con el fotógrafo de guerra Robert Capa. Ella intentaba convencerlo de que dejara los riesgos y se asentara. Por ello lo estaba presentando con editores de revistas de moda y espectáculos, y ese fue precisamente uno de los pretextos para que apareciera durante la filmación en la RKO, fingiendo preparar un reportaje para Life.
El oficio de fotógrafo aventurero de L. B. Jeffries (James Stewart) en La ventana indiscreta (Rear Window, 1954), y el glamour de Lisa Carol Freemont (Grace Kelly), tienen su origen en ese amorío desdichado: Cappa murió precisamente el año en que se estrenó ese filme, al pisar una mina en Vietnam. No le hizo caso a Ingrid Bergman.

***

Casi lo mismo que decía Robert Capa a Ingrid Bergman cuando sostenían un idilio, es lo que apunta el personaje de L. B. Jeffries (James Stewart) a su novia Lisa Carol Freemont (Grace Kelly) en La ventana indiscreta: que él no estaba “hecho para el matrimonio”.
Según el biógrafo de Capa, Alex Kershaw (autor de Sangre y champán: la vida y la época de Robert Capa, Debate, Barcelona, 2003), esperaba Ingrid Bergman del aventurero palabras como las siguientes: “Ven conmigo, probemos suerte juntos, conquistemos el mundo, bebamos del buen vino tinto de la vida”. Y en ese caso habría pensado ella seriamente en dejar a su marido. O algo como esto: “Ven, cásate conmigo y sé mi amor, y todos los placeres probaremos”. Pero no. Él veía las cosas de distinto modo: “No puedo atarme. Si dicen: ‘Mañana Corea’ y estamos casados y con un hijo, no podré ir a Corea. Y eso es imposible”.
Corea o Vietnam, y ahí la muerte, esperaban a Robert Capa.
También una noche, ya borracho, le dijo que si ella quería algo más que el presente debería buscar en otra parte, que eso era todo lo que él podía ofrecerle. (“¿No hay entonces futuro?”, pregunta Lisa en el filme.)
La situación se concentra en la cinta, y se resuelve de un modo irónico. El fotógrafo está en una silla de ruedas pues al parecer buscaba una imagen espectacular, de portada, y se puso en medio de una pista de autos, con lo que logró tomar el instante en que dos bólidos chocaban, sí, pero resultó de ello una pierna rota y una pausa de varias semanas. Está inmóvil, y esa inmovilidad lo hará presa de la dama que está enamorada de él, una modelo profesional de Manhattan. Presa, sí, pues se trata de casorios y cacerías. Cuando ella se acerca al rostro dormido del hombre, es una sombra amenazante. Sólo un ritual la iluminará cuando él finge no conocerla y ella se presenta encendiendo tres lámparas de la habitación: Lisa, Carol, Freemont.
En el transcurso de la historia ellos se acercan, pues Lisa comienza a mirar las cosas del mismo modo que él y se vuelve también, aun en el espacio reducido de un patio trasero, en aventurera, le da por correr riesgos. Lo que las ventanas de los distintos departamentos reflejan son sus vidas posibles. Está, por un lado, el club de los solterones: el compositor alcohólico, la señorita Corazón Solitario, la anciana escultora o la bailarina bautizada por ellos como la señorita Torso. Después están los que viven con alguien: los dos ancianos con un perrito, que es como un hijo para ellos; los recién casados que pasan todo el tiempo en la cama haciendo el amor y un día despertarán sin dinero y sin futuro; las dos amigas o novias que toman el sol desnudas hasta que los de un helicóptero las espían desde el aire…
Y está, por supuesto, Lars Thorwald y su señora, una gruñona que rechaza el desayuno que le lleva él a la cama, y se burla del hombre cuando lo descubre hablando por teléfono cariñosamente con una amante supuesta. Esta mala relación la resolverá Thorwald de modo poco diplomático, pues ataca a la esposa y la hace cachitos, la despedaza.
Cada ventana es una pantalla que casi sin palabras, como en la época silente del cine, relata algo. El espectador entra al laberinto del voyeur, pues observa desde la butaca a alguien que mira a los vecinos. Esta condición de mirones activos la enfatiza Hitchcock en distintos momentos, por ejemplo cuando la cámara salta por el hombro de Stewart para que veamos qué escribe.
Se trata de alentar la curiosidad, pero también de hacer evidente ese reflejo por el que nos atrae la vida de los otros en tanto que nos da informaciones de la vida nuestra, como espejo múltiple de lo posible.
Lisa/Grace va en su vestido del glamour a la ropa más sencilla. Trepa escaleras de incendio, entra a un departamento por la ventana, es descubierta por el asesino… A los ojos de Jeff, se vuelve como él. Pero en el proceso el hombre vuelve a accidentarse y termina con las dos piernas enyesadas, doblemente atrapado, doblemente quieto; y ella a su lado viste de manera casual y finge leer un libro de aventuras en el Himalaya pero tiene por ahí la revista de modas, porque su renuncia es aparente. Por algo dice Robin Wood, el especialista hitchcockiano, que el mensaje último de la película se refiere a la profunda incompatibilidad entre el hombre y la mujer.
Podría uno acordarse de Mogambo para asegurar que en la carrera cinematográfica de Grace Kelly el safari amoroso no había concluido. O recordar, con Shakespeare, aquello de que los humanos somos capaces de cosas sublimes pero a menudo estamos más cerca de las bestias.
Grace Kelly es eso: una bestia sublime.

Febrero 2008

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