Acuérdate de Carol Haney
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Es algo que se dice entre actores en Broadway, y aun ahora todos saben de qué se trata, pues “Acuérdate de Carol Haney y The Pajama Game” es una advertencia, una señal de alarma, para los que llevan los papeles estelares, y una luz de optimismo para los principiantes.
El cuento circula también en Hollywood porque implica el salto de los sótanos de un musical a la gran pantalla.
Las versiones varían, así como los nombres de algunos participantes secundarios, pero la médula no cambia: Carol Haney era la actriz principal de The Pajama Game; tenía fama de ser muy constante (o inenfermable), por lo que poco podía esperar la actriz sustituta durante la temporada. Contra esa regla, para la tercera función Haney se lastimó un tobillo y la joven Shirley MacLaine, que ese día iba decidida a renunciar (pues tenía el ofrecimiento de ser la sustituta de Gwen Verdon en Can-can), subió a escena; y, según Martin Gottfried, esa noche se presentó por el teatro Hal Wallis, productor de la Paramount Pictures, interesado en Carol Haney... pero vio a MacLaine y al terminar ofreció a ésta un contrato para actuar en el cine.
Donald Spoto, biógrafo de Hitchcock, cambia el nombre del productor: dice que fueron Herbert Coleman y su esposa Mary Belle quienes asistieron a ver The Pajama Game, y al final de la obra Coleman se identificó como representante de la Paramount y pidió hablar con la protagonista... Cuando apareció Shirley MacLaine se enteró el productor del equívoco, de que había visto esa noche a la sustituta, pero le llamó tanto la atención la inquietante veinteañera que al momento la citó a una prueba, que se llevó a cabo al día siguiente.
O Coleman o Wallis, lo que siguió fue el debut cinematográfico de MacLaine en El tercer tiro (The Trouble with Harry, 1955), de Alfred Hitchcock, que se estrenó justo un año más tarde.
Acuérdate, pues, de Carol Haney.
2
¿Hal Wallis o Herbert Coleman?, ¿cuál de ellos fue el productor de Hollywood que vio en el escenario a Shirley MacLaine en el musical The Pajama Game, confundiéndola al principio con Carol Haney (que era la titular del espectáculo, la que estaba en las marquesinas, pero esa noche tenía lastimado el tobillo), y le ofreció no el contrato directo sino una entrevista con un director de cine?
En aquellos días, Alfred Hitchcock trabajaba en la suite de un hotel neoyorquino en el guión de The Trouble with Harry, y completaba el reparto con actores de Broadway; le faltaba entonces una “Jennifer Rogers” para el filme. Su productor, Herbert Coleman, citó ahí a Shirley MacLaine; un chofer de la Paramount debería recogerla en algún sitio de la ciudad. A cierta hora, tocaron a la puerta de la suite. Cuenta Coleman que al abrir se encontró con una persona totalmente empapada. “No llevaba nada en la cabeza y la lluvia le caía por el cabello y el rostro. Traía un abrigo con el cuello manchado de maquillaje. Lo llevaba sin abrochar y debajo se veía un jersey viejo de color marrón, una falda también vieja, larga hasta los pies, y sandalias sin calcetines.”
—Entre, por el amor de Dios —reaccionó Coleman—, ¿cómo se ha mojado tanto?
—Tuve que caminar —respondió ella.
Llamó el productor a la mujer de Hitchcock, Alma, para que ayudara a Shirley a quitarse la ropa y le prestara una bata, mientras mandaban a secar lo que ella traía puesto.
La anécdota describe a la Shirley MacLaine de ese momento, joven y pobre, en camino hacia la fama cinematográfica.
Y mientras esto ocurría, en otros espacios de Nueva York se enteró Carol Haney que un productor de Hollywood (Hal Wallis o Herbert Coleman) estuvo en el teatro para verla, pero se había quedado con su reemplazo. “La entonces diabética Haney cayó en el alcoholismo”, narra Martin Gottfried. “Se trataba de la típica persona de carácter autodestructivo, un rasgo de su personalidad que quizá estuviera relacionado con la figura del bailarín masoquista. […] Al contraer una neumonía, su sistema no pudo resistirlo, debilitado por la diabetes y el alcoholismo. Murió a los treinta y nueve años cuando estaba en plena actuación en un club noctuno.”
Acuérdate, ay, de Carol Haney.
Junio 2007
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Es algo que se dice entre actores en Broadway, y aun ahora todos saben de qué se trata, pues “Acuérdate de Carol Haney y The Pajama Game” es una advertencia, una señal de alarma, para los que llevan los papeles estelares, y una luz de optimismo para los principiantes.
El cuento circula también en Hollywood porque implica el salto de los sótanos de un musical a la gran pantalla.
Las versiones varían, así como los nombres de algunos participantes secundarios, pero la médula no cambia: Carol Haney era la actriz principal de The Pajama Game; tenía fama de ser muy constante (o inenfermable), por lo que poco podía esperar la actriz sustituta durante la temporada. Contra esa regla, para la tercera función Haney se lastimó un tobillo y la joven Shirley MacLaine, que ese día iba decidida a renunciar (pues tenía el ofrecimiento de ser la sustituta de Gwen Verdon en Can-can), subió a escena; y, según Martin Gottfried, esa noche se presentó por el teatro Hal Wallis, productor de la Paramount Pictures, interesado en Carol Haney... pero vio a MacLaine y al terminar ofreció a ésta un contrato para actuar en el cine.
Donald Spoto, biógrafo de Hitchcock, cambia el nombre del productor: dice que fueron Herbert Coleman y su esposa Mary Belle quienes asistieron a ver The Pajama Game, y al final de la obra Coleman se identificó como representante de la Paramount y pidió hablar con la protagonista... Cuando apareció Shirley MacLaine se enteró el productor del equívoco, de que había visto esa noche a la sustituta, pero le llamó tanto la atención la inquietante veinteañera que al momento la citó a una prueba, que se llevó a cabo al día siguiente.
O Coleman o Wallis, lo que siguió fue el debut cinematográfico de MacLaine en El tercer tiro (The Trouble with Harry, 1955), de Alfred Hitchcock, que se estrenó justo un año más tarde.
Acuérdate, pues, de Carol Haney.
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¿Hal Wallis o Herbert Coleman?, ¿cuál de ellos fue el productor de Hollywood que vio en el escenario a Shirley MacLaine en el musical The Pajama Game, confundiéndola al principio con Carol Haney (que era la titular del espectáculo, la que estaba en las marquesinas, pero esa noche tenía lastimado el tobillo), y le ofreció no el contrato directo sino una entrevista con un director de cine?
En aquellos días, Alfred Hitchcock trabajaba en la suite de un hotel neoyorquino en el guión de The Trouble with Harry, y completaba el reparto con actores de Broadway; le faltaba entonces una “Jennifer Rogers” para el filme. Su productor, Herbert Coleman, citó ahí a Shirley MacLaine; un chofer de la Paramount debería recogerla en algún sitio de la ciudad. A cierta hora, tocaron a la puerta de la suite. Cuenta Coleman que al abrir se encontró con una persona totalmente empapada. “No llevaba nada en la cabeza y la lluvia le caía por el cabello y el rostro. Traía un abrigo con el cuello manchado de maquillaje. Lo llevaba sin abrochar y debajo se veía un jersey viejo de color marrón, una falda también vieja, larga hasta los pies, y sandalias sin calcetines.”
—Entre, por el amor de Dios —reaccionó Coleman—, ¿cómo se ha mojado tanto?
—Tuve que caminar —respondió ella.
Llamó el productor a la mujer de Hitchcock, Alma, para que ayudara a Shirley a quitarse la ropa y le prestara una bata, mientras mandaban a secar lo que ella traía puesto.
La anécdota describe a la Shirley MacLaine de ese momento, joven y pobre, en camino hacia la fama cinematográfica.
Y mientras esto ocurría, en otros espacios de Nueva York se enteró Carol Haney que un productor de Hollywood (Hal Wallis o Herbert Coleman) estuvo en el teatro para verla, pero se había quedado con su reemplazo. “La entonces diabética Haney cayó en el alcoholismo”, narra Martin Gottfried. “Se trataba de la típica persona de carácter autodestructivo, un rasgo de su personalidad que quizá estuviera relacionado con la figura del bailarín masoquista. […] Al contraer una neumonía, su sistema no pudo resistirlo, debilitado por la diabetes y el alcoholismo. Murió a los treinta y nueve años cuando estaba en plena actuación en un club noctuno.”
Acuérdate, ay, de Carol Haney.
Junio 2007
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