viernes, junio 24, 2005

Con “M” de Mónaco

Otra de las agonías del primer semestre del 2005 fue la del príncipe Rainiero III de Mónaco, quien murió el miércoles 6 de abril a los 81 años y recibirá las honras fúnebres esta semana. Algunos lo recuerdan como el hombre que despojó al director cinematográfico Alfred Hitchcock de su musa principal: Grace Kelly. La actriz desconocía acaso “la maldición de los Grimaldi”, que presagia desdicha sobre desdicha en el ámbito marital, y entre las trampas ficticias que le tendía Hitchcock y esa trampa del príncipe azul que le tendió Mónaco, optó por la segunda.
En la pantalla, curiosamente, se atisba lo que habría de suceder, tanto la conversión de esta dama de Filadelfia al esplendor real como su muerte en un accidente automovilístico cuando lidiaba con los sinuosos caminos de la Riviera francesa, tal y como se aprecia en dos momentos de Para atrapar al ladrón (To Catch a Thief, 1955), la tercera cinta de Grace Kelly con el “mago del suspenso”. Primero, ella y Cary Grant recorren los jardines de una mansión y Grace comenta al paso: “Los castillos son para la realeza, mi madre y yo sólo somos dos mujeres comunes con una cuenta en el banco”. En la siguiente escena, Grace conduce a exceso de velocidad un auto descapotable por la costa sur francesa y para espanto de Grant, que va en el asiento del copiloto, a cada curva el coche parece irse al precipicio.
Según el guionista John Michael Hayes, durante la filmación de Para atrapar al ladrón le preguntó Grace Kelly: “¿De quién serán todos estos jardines?”, y él respondió: “Del príncipe Grimaldi”. Esto en 1954. Al año siguiente recibió Grace la invitación de participar en el Festival de Cannes, en donde conoció a un Rainiero Louis Henri Maxence Bertrand de Grimaldi urgido de esposa, pues le preocupaba que sin descendencia a su muerte el principado de Mónaco sería anexado a Francia y a su sistema tributario... lo que no va a ocurrir, pues ya gobierna el príncipe Alberto.
La boda truncó los planes que tenía Hitchcock para la actriz. La dirigió, primero, en Con “M” de muerte (Dial “M” for Murder, 1954), exhibida entonces en tercera dimensión y que puede ser valorada, entre otras cosas, porque contiene un sorprendente estudio de vestuario para Grace Kelly: conforme avanza la historia los colores van representando el estado de ánimo del personaje, una mujer cuyo marido la manda asesinar y luego, ante el acto fallido, busca incriminarla. Ha de haber sido extraordinario ver en 3D las manos de Grace Kelly salirse de la pantalla en el intento del atacante por estrangularla, cuando encuentra ella unas tijeras que usa en defensa propia.
A esta cinta le siguió La ventana indiscreta (Rear Window, 1954), uno de los filmes mayores de Hitchcock por la puesta en escena (con el set más caro construido hasta entonces) y la profundidad de la reflexión en torno al fenómeno cinematográfico, ese ojo de la cerradura desde donde observamos la vida de los otros. El espectador como voyeur mira aquí fascinado a una modelo neoyorquina que pasea sus encantos en torno a un fotógrafo aventurero que descree de las relaciones a largo plazo (conflicto inspirado en el romance de Ingrid Bergman y Robert Capa). El ejercicio de espionaje de un vecino, que suponen ha descuartizado a su esposa, los lleva a acercarse.
En este punto Hitchcock no sentía haber agotado la presencia de Grace Kelly, y planeó una cinta más como divertimento y también como exaltación de su gran hallazgo femenino, que fue Para atrapar al ladrón, en cuyos diálogos el doble sentido como referencia sexual es constante, como cuando ella y Cary Grant se preparan para ver desde el balcón un espectáculo pirotécnico, y dice Grace: “Si quiere ver realmente los fuegos artificiales, es mejor con la luz apagada. Tengo la sensación de que esta noche va a presenciar usted uno de los más fascinantes espectáculos de la Riviera”. Con su escotada bata sin tirantes, se acerca más al hombre y aclara: “Me refiero a los fuegos artificiales, por supuesto”.
El cuarto filme de Grace Kelly con Hitchcock hubiera sido Marnie, pero... El cineasta lamentó el encuentro de la actriz con Rainiero y la renuncia a la pantalla, y varias veces buscó infructuosamente su regreso. La habría querido como Marnie Edgar por un deseo un tanto perverso: pensaba Hitchcock que el momento central de la película, su razón de ser, era cuando el marido en la luna de miel desnuda a la esposa frígida (compulsiva ladrona de señores) y la obliga a aceptarlo sexualmente... Y para llevar a cabo esa posesión simbólica tuvo que fabricar una nueva Grace, que se llamó Tippi Hedren, en el largometraje Marnie, de 1964.
La nostalgia de Hitchcock por Grace Kelly está en otras cintas, sobre todo en Vértigo (1958), construida a partir de un juego de sustituciones —la empleada de una tienda departamental contratada para actuar como si fuera la esposa de un hombre y fingir su suicidio—, y que se planeó con Vera Miles, que al empezar el rodaje anunció su embarazo, y se realizó luego con Kim Novak, incomodísima en el disfraz de rubia Hitchcock, una Grace Kelly sin aires de realeza, aunque de eso trata la historia: de una mujer metida en las ropas de otra.
Murió, pues, Rainiero III, el viudo de Grace de Mónaco... y para reafirmar la terrible maldición Grimaldi, a la vez el marido de la princesa Carolina entró en un coma tan profundo como los crepúsculos familiares.

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